EL MIEDO

Llevaba un rato despierto cuando sonó el reloj. 

Mientras remoloneaba entre las sábanas, se imaginaba que ocurriría si no fuese esa mañana a trabajar, ni la siguiente, ni ninguna otra. Imaginó que sucedería si seguía a aquella mujer a la que había visto dos veces y soñaba a diario. En sus ojos y su sonrisa haciendo juego, como si hablasen de libertad con el descaro propio de una jovenzuela que opina de todo con ridícula seguridad. 

¿Qué pasaría si la tomara de la mano y aprendiese a vivir con la intensidad que hace que uno se regocije muriéndose cada vez que puede?

“Los amores cobardes no existen, no llegan a nada, se quedan ahí, ni el recuerdo los puede salvar”, cantaban unos amantes desvelados cuando él llegaba puntual a su reunión de las nueve.

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