El CARTUJO, Fragmento del libro: «DOS MARES»

A partir de la decisión de suspender la búsqueda de la doncella que me haga finalmente feliz, hice una larga pausa en la que me retiré de la vida secular, pero sin convertirme en ministro o cura. Me nació el claro propósito de fortalecer mi ánimo para mantenerme ajeno a todo lo que no fuera mi mundo interno; no permitir que nadie se acercara al perímetro del corazón y de los sueños y mucho menos traspasar el círculo de seguridad. Lo definí así en una visita previa a España, cuando sostuve un casual encuentro con el monasterio de Miraflores, compromiso que no estaba registrado en mis pendientes de viaje. En esa ocasión conocí la orden de los Cartujos, y eso sí no podría ser más que causal. Caí en la cuenta de que mis años de aislamiento habían sido una penitencia autoimpuesta ante los fracasos amorosos apilados en mi panza, un resultado inevitable cuando se descubre que los mantras ya no alcanzan a calmar la ansiedad, los rezos han perdido sus poderes y que del escapulario que me dio la abuela no quedaba nada que no fuera un retazo de tela deshilachado por el paso de las penas, desbastado en sus milagros y sin la fe ciega que se supone hay que depositar en su poder.

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