Mis padres aceptaron que este era su hogar sin importarles que era un lugar olvidado de la mano de Dios, en donde la existencia era corta, las penas largas y por generaciones se repetían las mismas historias. Mi salvación es perderme en ensoñaciones, haciendo a un lado lo que es para imaginar lo que puede ser, sin distraerme en lo aparente gracias a los ojos grandes y vivaces que heredé de mi madre, de un tono marrón avellanado que se oscurecen con el paso de las horas y observan cada detalle del horizonte como si no hubiera vivido siempre sumergida entre montañas, con ganas de admirar lo que muchos ni siquiera imaginan, hasta descubrir lo sencillo y lo oculto de un pueblo que para mí no puede guardar secretos.