FLORES Y LIBROS

—Mira —me dijo en voz muy baja—. Pon atención, que hoy quiero darte una tarea que no puedes rechazar porque solo en ti confío, y sé que tendrás la entereza, o al menos la disciplina para ayudarme a cumplir mi voluntad final. Lo menos trascendente es que no quiero letras en mi lápida, a lo mucho mi nombre, porque seguramente me visitarán tan poco que pronto se olvidarán del punto en donde duermo, y de todas maneras las letras se volverán ilegibles y me confundirán con un muerto sin biografía. 

Flores sí, pero no en exceso, no es tiempo de romper prudencias, y ya sabes que algunas son la fuente de mis alergias. Lo que sí me importa es asistir a mi funeral con el traje gris de siempre y con mi sombreo de fieltro de toda la vida. El reloj de leontina será para ti, y el de pulso para quien llegue primero. 

Lo que es un imperativo, el primero, pero no el último, es que mis libros, que son tuyos también, sigan por el mismo camino de estar entre nosotros y no acaben en algún estanquillo, quizás en el mismo donde los cosechamos.

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