Por generaciones, el padre de su padre, y antes el padre del padre que le dio la vida, adoptaron de segunda a cuarta mano un piano para entregarlo a cada hija al cumplir los primeros seis años de edad, y que después habrían de compartir con las siguientes hijas, si es que llegaban en rosario o al menos salteadas; a esa temprana edad tendrían tiempo suficiente para practicar, debutar en su boda y anunciar con música la alegría del primer embarazo, comunicándoles que en breve se multiplicaría la heráldica familiar.