EXCESOS DE EUGENIO, fragmento del libro: “ÁNGELA PERALTA, El dulce ruiseñor del nuevo mundo”

Es tanta la ayuda que me brinda Rosalinda que sin su apoyo me siento desvalida. Ella misma dice que nació para organizar mi pequeño mundo y me acompaña a prudente distancia al último encuentro con Eugenio. Somos tan ajenas e inocentes al trato con varones que no hemos aprendido a fingir indiferencia mientras el corazón nos late con intensidad y las nubes de devoción borran nuestro entendimiento. Pero no peco de ingenua. Si madre remarca sus excesos es porque lleva razón. De otras bocas he escuchado que ha tenido lances de amor aquí y en provincia con mujeres de labios de pecado. ¿Cuántas? ¡No lo sé ni importa! Es hombre y tiene plena libertad con la única limitante que le marque su conciencia. Lo que me queda es seguir la conseja popular que reza: “¡Señor, haced que no me case! / ¡Y si me caso, que no me engañen! / ¡Y si me engañan, que no lo sepa! / ¡Y si lo sé, que me burle de ello!”. Es la fórmula para aceptar que de puertas afuera toca al varón decidir su conducta. 

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