El maestro Lamperti ve a una niña de tez morena, de rasgos marcados y algo toscos, indudablemente de sangre indígena, tal cual se muestran en los dibujos y litografías de diarios y libros. Destacan sus grandes y negros ojos, acompañados de una chata nariz y prominentes labios. Eso no importa, está acostumbrado a que la belleza del alma, la pureza de las cualidades vocales y la inteligencia en ocasiones riñan fuertemente con la apariencia corporal, pero no con la excelencia, y sin darle valor a su primera impresión se dirige a su encuentro.