LAS ABUELAS, fragmento del libro: “Taxco, Los orfebres de la luna”

A las abuelas Ernestina y Eduviges las hicieron con el mismo molde: parieron muchos hijos y les sobrevivieron pocos. Su vida fue cocinar cerros de frijoles y tortillas y cuidar a los hijos de sus hijos. A mi madre le tocó en suerte ser la cuarta hija. A Petra, la mayor, se la robaron muy niña y se la llevaron a la costa, y las otras dos, María de la Salud y Domitila, al pasar de los doce años se fueron con el primer hombre que las hizo suyas. De los cuatro hermanos varones ninguno se logró. Uno murió del sarampión, dos de fiebres intestinales y el último lo hizo de recién nacido, con un ataque de tos que le pintó de morado el cuerpo y le dejó sus ojitos saltados. Por eso creció solita y para entretenerse aprendió a conversar con las flores y las gallinas, a convencer a las nubes para que no la agarraran en despoblado y le deshicieran las trenzas al soltar sus aguas. 

Pintura de Jaime Oates

En acuarela, Taxco

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