El buen vino, afirmaba con severidad, debe ser fresco y bien maduro, oler a vendimia, recordar el aroma de las mujeres que le dieron forma de río mientras bailaban sobre las uvas recién recolectadas; conservar la fortaleza de los obreros que cuidan de las barricas de roble y la dulzura de la abuela cuando se olvidaba que es una valquiria que debe mantener el territorio y a los vasallos bajo amoroso control.